miércoles, 1 de abril de 2009

¿No lo sientes?

De pronto notas que te quedas casi sin respiración. Un sudor frío recorre tu espalda y un hormigueo molesto se adueña de tu nuca, erizando tus cabellos. Durante una fracción de segundo, el aire escapa por completo de tus pulmones y te sientes incapaz de llenarlos de nuevo. Tu cuerpo no responde, solo atina a temblar. Recuperado de este lapso agónico, te giras bruscamente y observas a tu espalda. Al no encontrar nada, observas con desesperada avidez cada recoveco de la habitación, seguro de que has visto algo, de que algo te acecha, de que algo te ha hecho reaccionar de ese modo. De nuevo, nada. Un violento escalofrío pone punto final a tu lapso paranoico, trayéndote de nuevo a la realidad y haciéndote reanudar la tarea que estabas realizando, con un “Serán imaginaciones mías” dicho en voz bastante alta, tratando de ahuyentar por completo tu miedo o, tal vez, a aquello que te ha perturbado.
Esto pasa tan solo cuando estás solo o abstraído de la realidad, encerrado en tus pensamientos. Es en esos momentos de calma y de relax en los que bajas la guardia cuando te vuelves mas receptivo. Entonces, es cuando puedes sentirlo.
En el exacto momento en que tu mente queda en blanco, tus cinco sentidos se adormecen, y es cuando entra en jaque el sexto sentido, permitiéndote “sentir” aquello que los otros cinco son incapaces de captar.
Es algo que le pasa, en mayor o menor medida, a todo el mundo. Algunos le dan más importancia que otros, hay quien incluso ignora este hecho.
Aún así, por mucho que se trate de ignorar, ese algo está ahí. Es algo que no podemos cambiar, algo que lleva ahí desde que nacemos, que nos acompaña toda la vida, que nos ve crecer y es parte de nosotros mismos. Ha despertado el temor y el respeto del ser humano a lo largo de los tiempos, y siempre lo hará.
Mas, en esos momentos de percepción, no te dejes invadir por el pánico. Cuando te quedes sin respiración y un sudor frío te recorra la espalda, mientras sientes un molesto hormigueo adueñándose de tu nuca, erizando tus cabellos; cuando, justo después de ese instante agónico sin oxígeno en los pulmones, te gires y te topes de frente con lo que tu crees que es nada, no temas. Quien te acecha no te hará ningún mal, si no es llegada tu hora. Si juzga que no es el momento, no se mostrará, no hará acto de presencia, no te molestará. No creas que te hará daño en ese mismo instante. ¿Para qué? Lleva toda tu vida ahí, aguardando su momento. ¿Acaso crees que no podrá esperar un poco más?

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